Pedro García Aguado, el alma máter de Hermano Mayor. |
Una de las últimas producciones que predican aquello de ayudar al prójimo (y de paso lucrarse) es el nuevo coach show de Cuatro, Hermano Mayor. Este formato, visto miles de veces con referentes como Supernanny o SOS Adolescentes, tiene como objetivo ayudar a jóvenes descarriados o con carencias afectivas gracias al "todopoderoso" Pedro García Aguado, deportista y exdrogadicto que parece sentirse en deuda con el mundo. No seré yo quien dude de su buena fe, pero es obvio que hay truco. No es casualidad que la productora detrás del programa sea Plural Entertainment, propietaria de aquel timo llamado Más allá de la vida.
En cualquier caso, no es necesario ver todas las temporadas de Hermano Mayor para observar cómo la estructura es siempre la misma: escenas del chico/a totalmente fuera de control, primeras terapias fallidas, punto de vista de otros conocidos, terapia familiar y por último, la catársis o redención del joven. Este tipo de estructura se asemeja demasiado a la del género narrativo, con su introducción, nudo y desenlace. Y es que, por mucho que se intente juzgar o clasificar lo que vemos en pantalla, siempre se trata de un simple cuento adulterado o una obra de teatro con complejo de astracanada. En el momento en que una cámara se interpone entre la realidad y el espectador, se crea la ficción. ¿En serio esos jóvenes consentirían que un cámara les siguiera durante varias semanas atentando su intimidad y exponiéndose a la opinión popular? Lo más probable es que se traten de chavales con problemas, sí, pero contratados como actores venidos a menos.
Más interesante que descubrir lo que se cuece en la grabación del programa, es cómo pretende interactuar con el telespectador que se encuentra tranquilamente en su casa. Un circo televisivo que juega con el morbo y las emociones más instintivas, permitiéndonos hacer de jueces y decidir si condenar o apiadarse de los personajes. Obviamente esto solo tendría sentido si en el broche final de la historia se le ofrece un amago de redención, tal y como vemos en todos los capítulos. Si el objetivo es ayudar a los jóvenes y concienciar al que está al otro lado del televisor, ¿qué razón puede existir para mostrar de nuevo al final de cada programa todos esos momentos conflictivos y violentos que deberían haber quedado atrás? ¿Qué mensaje es el que perdura finalmente en la mente del espectador?
"Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros". Comenzaba esta entrada con una cita de Groucho Marx y me parece justo concluir con otra igual de acorde con todo lo descrito. ¿Es este tipo de programas lo que demanda el público? Sinceramente, estoy cansado de esa perversión activa y pasiva de todos esos valores sociales y culturales que durante tanto tiempo han sido los estandartes de nuestra sociedad. No quiero más Gandía Shore, Gran Hermano, debates de crónica rosa, "famosos" en situaciones absurdas... Ya está bien de que se nos trate como a idiotas. ¿Por qué no se hacen más programas como La bola de cristal, Caja de ritmos o Tocata? Programas para toda la familia donde los jóvenes no están discriminados. Con los años, la televisión se ha fragmentado en sectores donde alguien poco ávido decidió que la juventud se identificaría más con productos reciclados y totalmente banales. Señores, los telespectadores tenemos hambre de conocimiento, queremos aprender y conocer más cosas en este mundo tan globalizado y solo nos ofrecéis mierda envuelta en papel de los chinos. Conmigo no contéis.
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